Lectura de poesía de María E. Macaya

Introducción:

Con estos poemas espero explorar la división y el contraste entre lo que se considera el interior y el exterior, lo propio y lo ajeno, tanto a nuestros cuerpos físicos como a nuestros imaginarios o identidades personales. Comenzaré por señalar el posible carácter ficticio de las apariencias externas. Esto con un texto que puede aludir también a la idea del arte como mero artificio para esconder la intrascendencia e insignificancia del ser humano.

Posteriormente observo la posibilidad de difuminar o borrar las fronteras físicas y personales que a primera vista parecen permanentes e intransigentes. Dicha emancipación se manifiesta a través de una sensación de unidad, soberanía y pertenencia para con los lugares, sentimientos y personas que nos rodean. No quisiera sin embargo, ilustrar dicha sensación de expansión y apropiación sin cuestionar su veracidad. ¿Podemos saber a caso, qué nos pertenece y qué no? ¿Adonde terminamos nosotros y empieza el mundo exterior?

Finalmente termino evocando el sentimiento contrario a la extensión y el apoderamiento; el encierro dentro de nosotros mismos y la imposibilidad de marcar o alterar los espacios en los que nos movemos. De esta manera retorno al punto inicial, a los limites y restricciones, algunos auto impuestos, que reubican a la figura humana en angustiante pequeñez e impotencia.

Mausoleos

Esculpidos ángeles vigilantes.
Fachada de mármol esqueleto.
Pequeños abejones de colores incrustados.
Colosal tu capilla impactante.
Impecable piel en baño de oro.
Cúpula pintada por algún Michelangelo.
Cabellos de granito y uñas nacaradas.
Pero si ladrón de tumbas osara trepar
Las tantas gradas blancas de tu entrada
Y después de tu ombligo, cruzar
Tu umbral gótico oscurecido.
En esa estrecha apertura ya tragara
La insoportable fetidez
De sangre endurecida
Dientes vaciados por las larvas
Y vísceras podridas.
Y si aún así el transgresor incauto
Se atreviera a descender
Los vírgenes peldaños huecos
Cabezas enmohecidas.
¡La hazaña sería en vano!
Pues en la oscuridad no encontraría
Más que un patético cadáver boquiabierto,
Que se deja tocar por sus lambrijas,
y por el hedor que mastica
La piel negra y chupa el hueso.
Tremendo cuerpecillo yerto
Burlesco espectáculo de insectos
Vive en el mausoleo.

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Protesta

Reclamo porque tus manos existen aún,
Cuando No descansan en sus tumbas,
boquetes de mi espalda.
Porque los espacios entre tus dedos se vacían.
No creo que sobrevivas respirando algo distinto a mi aliento.
Execro la manera en la que nuestros países de piel
se separan en la mañana
y forman un mar,
cataclismo mundial.
Doloroso grito de la tierra.
Maldito el día que sólo culmina con la unión,
con el beso cósmico de los ombligos.
Me reúso frente al abismo
a la nada que nace huérfana.
Insolente el aire que me desgarra
me parte en dos.
Heridas lacerantes
los labios se abren y sangran.
Dos mitades en delirio
corren locas por las calles.
Heridas y con los ojos huecos,
lloran con los brazos extendidos,
las manos frías.
Se llaman agónicas y ahogadas.
Rezando coincidir en cruz.
Morir juntas
No siendo dos fracciones
pero siendo sólo yo.
Sólo

.
Sin título

Un autómata cumple con los deberes de las coreografías diarias,
Compra los víveres y paga el recibo de la luz.
Yo petiso y anémico muero de hambre, sin nunca haber visto el mundo
En omnipresente oscuridad que desalma.
Sobre el cuello un casco de buceo yace oxidado y de costado,
como en la arena, nadie lo habita, el viento no lo mueve,
la sal, o los días simplemente, lo digieren.
Desfile descoordinado y bufo de años, décadas y una torpe media centena.
La armadura despóticamente digna aún no me traiciona.
Y es que el cristal de los faros, inepto comerciante de luz
Acumula sus mercancías debajo de los pómulos;
Bodegas herméticas donde las imágenes se pudren enmohecidas.
La muerte de los colores y efigies que se descomponen.
Triste exposición la que encuentra el mirón curioso que se asoma
Por los dos ventanales turbios, rotos.
La improbable interrupción de mi exilio,
del aislamiento voluntario en algún rincón incognito de un cuerpo mecánicamente extraño me atormenta.
Mi columna, mis costillas los barrotes de mi celda.
Quien quiebre mi jaula ósea me da mortal y amarga libertad.
¿Se puede llamar acaso albedrío a la nueva condición que cuaja entre el último grito y la extinción?
Prefiero existir encerrado, divagar por las galeras húmedas de un purgatorio que camina. No ver nunca quién o qué produce los ruidos que vibran y estremecen los lienzos vacíos del interior de las mejillas.
Sólo con la puerta trancada me puedo dormir cómodamente sobre la lengua sin pensar en qué se sentiría,
Ser palabra viva.

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Sentado en mi escritorio

Yazgo inerte en la mitad de esta noche, el silencio vacío de la gárgola.
Mancha pueril y baladí en la hoja interminable de piedra,
de calles y caños, de tierra y charcos.
Preso de este rompecabezas de casas, de avenidas sin nombre, de espacios huecos

Y rótulos sin palabras, sin símbolos, sin signos.
Pecera de homogeneidades grises y duras,
Donde los brillos de la luna descienden atrevidos a sentarse indecorosamente calatos sobre el borde del vidrio de alguna lámpara apagada, o sobre la superficie cortante del agua que se atrevió tranquilamente a dormir fuera de su alcantarilla.
Me intento mover dentro del mar muerto, terreno de nadie, de dichos forajidos,
Pero no puedo.
Mis pasos no existen ni en el abismo ni en los reflejos. No me imprimo en los bulevares desiertos.

El cielo se extiende infinito límpido paralelo. Narciso cautivado por el suelo húmedo dilatado donde contempla su propia desnudez negra. Y así los dos planos enardecidos buscan besarse, tocarse, copular y fundirse a pesar de mi figura que no osa ni puede interponerse. Las dos alas se extienden indeterminadamente. Me presionan y no se dan cuenta y yo muero mudo.
Porque no hay nadie que venga. Los destellos vuelven la cabeza sin pena, el agua no se despierta. Aún en mi último intento imperceptible no logro gritar o caminar. Mi patética destrucción no marca ni siquiera la vacua nada de la página.

 

 

 

 

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