Un doble rasero: Las expectativas de las mujeres en la revolución mexicana

por Julie Merchant

 

Algunos piensan que la vida de la mujer mejoró en el tiempo de la revolución mexicana a causa de que las mujeres podían participar en la guerra, y que ese hecho representaba una mejoría ya que las mujeres anteriores tuvieron que quedarse en casa. Sin embargo, aunque podemos ver la nueva participación de las mujeres en la guerra como un aspecto positivo, a la vez, sólo sirve como una leve mejoría. No podemos negar los nuevos desafíos que encontraron las mujeres; específicamente, había un doble rasero de las expectativas de cómo debían ser y actuar las mujeres. Era casi como si ellas pelearan dos guerras: una contra el enemigo literal y otra contra los hombres y sus prejuicios sexistas. El primer enemigo, el de la guerra literal, contenía expectativas de que las mujeres tuvieran características y tomaran acciones salvajes y masculinas, mientras el último pertenecía al deseo de los hombres de que las mujeres cumplieran las expectativas de ser sumisas y de hacer los quehaceres para apoyar a los hombres lo más posible.

Para una mujer que participaba en la revolución mexicana, había expectativas de que sus atributos incluyeran la ferocidad y masculinidad. Los oficiales de ejército no les obligaban a las mujeres a ser salvajes, pero las que sí lo hicieron tuvieron más éxito y ganaron más respeto de los otros soldados. Jesusa Palancares, de la novela Hasta no verte, Jesús Mío por Elena Poniatowska, creía que, para las mujeres, sería mejor ser hombres porque “de mujer, a ninguna edad la pueden respetar” (Poniatowska 186). Las mujeres tuvieron que endurecerse, no sólo físicamente sino emocionalmente también, para tener algún éxito en la guerra. De hecho, las mujeres necesitaron masculinizarse totalmente, externamente a la vez que interiormente, para ser consideradas para un papel militar más alto, como el de oficial de ejército (Macias 73). Jesusa sí lo hizo, de manera que tenía una personalidad muy violenta y masculina, y después de la muerte de su marido Pedro, el coronel le pidió que se quedara al mando de la tropa (Poniatowska 131). Aunque ella lo rechazó, este ofrecimiento muestra el tipo de personalidad violenta, salvaje y masculina que se requería de las mujeres en el tiempo de la revolución mexicana.

A la vez que las mujeres experimentaban las expectativas de cómo debían ser, también había expectativas de cómo debían actuar durante la guerra. Ellas tenían que hacer todo lo que los hombres hicieron, al lado de los hombres: vestirse de hombre, montar a caballo, soportar las marchas difíciles (Macias 73). También, las mujeres recibían la expectativa de pelear en las batallas al lado de los hombres (54). Ellas necesitaron aprender a manejar las armas en la batalla, por ejemplo, cómo disparar contra alguien (y posiblemente matarlo) con una pistola. Jesusa lo ejemplificó porque ella actuó de hombre con armas en las batallas; ella aun dijo, “no tuve miedo. No sé si maté alguno, si estuvo cerca sí” (Poniatowska 110). A ella no le importaba haber hecho daño a alguien; de hecho, muchas de las mujeres, incluso Jesusa, siempre traían cuchillos escondidos en su ropa y participaban en reyertas con frecuencia (Macias 73). Además, las mujeres tenían que habituarse a las maneras salvajes de las tropas, así que muchas mujeres fumaban, bebían y apostaban (75), igual que las acciones de Jesusa para habituarse al mundo de los soldados. Lo triste de estas expectativas de las acciones de las mujeres en la guerra se basa en el hecho de que por mucho que las mujeres hicieran, nadie las reconoció por sus servicios en las batallas (75). Era como un entendimiento tácito que si una mujer servía en el ejército, necesitaba actuar con violencia y ferocidad.

Con las expectativas de las mujeres establecidas con respecto a la guerra literal, ahora podemos descubrir el doble rasero inherente a la situación de las mujeres en el tiempo de la revolución. Las mujeres peleaban otra guerra, específicamente, una guerra contra la discriminación de los hombres. Mientras se conformaban a la expectativa de ser masculinas en las batallas, a la vez, necesitaban ser femeninas en el campamento militar. Tenían que ser pacientes, resignadas, habilidosas (72); de verdad, hay una cantidad infinita de adjetivos que pertenecen a todo lo que las mujeres debían ser. Los hombres no tenían que dedicarse a una sola mujer, pero de las mujeres ellos anticipaban fidelidad y abnegación absolutas (72). A las mujeres en la revolución nos podemos referir cómo a “las soldaderas,” pero, según Francisco Urquizo, un soldado y escritor mexicano, la definición de esta palabra significa sólo que ella es la mujer de un soldado: “si es soldadera tiene que seguir a su hombre, sea dónde sea” (71). Jesusa Palancares afirmó esta idea porque ella estaba de acuerdo de que su razón para estar en la guerra se basaba solamente en la presencia de su marido. Entonces, a pesar de las expectativas de que las mujeres fueran feroces en los conflictos, a la vez, los hombres requirieron que ellas cumplieran el papel de la mujer femenina, pasiva y tímida en el campamento (75). No era justo que las mujeres necesitaran realizar tantos aspectos de sus caracteres para pacificar a los hombres, ambos, en las batallas, y en el campamento.

Además de las expectativas en cuanto a la personalidad, las mujeres tuvieron la responsabilidad de cumplir el papel estereotípico de la mujer y hacer casi todos los quehaceres necesarios para los soldados. Ellas preparaban comida, lavaban ropa, atendían a los heridos, traían agua, cuidaban a los niños, se encargaban de los muertos – la lista no tiene fin (72). Los hombres dependían de las mujeres tanto que, sin ellas, muchas personas dudan que ellos pudieran haber sobrevivido. Eileen Mary Ford ha notado que la participación de la mujer fue esencial para el éxito de los soldados, aunque ellos escondieron su papel importante durante y después de la guerra (230). A las mujeres les importaba dar de comer a los soldados tanto que la alimentación de ellos se convirtió en la mayor prioridad. Según Jesusa, “por lo regular las mujeres no estábamos pendientes del combate. Íbamos pensando en qué hacerles de comer” (Poniatowska 67). De hecho, muchas mujeres en la revolución necesitaron hacerse prostitutas para ganar un poco de dinero con qué adquirir alguna comida (Macias 76). La responsabilidad de dar ayuda, apoyo y consuelo emocional también recayó en las mujeres (54), y ésa representaba aun otro ejemplo de los roles femeninos típicos que no se relajaban aun durante el tiempo de guerra. En total, aun durante la revolución, las mujeres todavía necesitaban hacer todos los quehaceres que solían hacer en los tiempos de paz también – la guerra no fue una excepción para estas expectativas.

Aunque es verdad que la revolución mexicana empezó algunos movimientos feministas, las circunstancias de la revolución no representaban un tiempo ni perfecto ni justo para las mujeres. Sí, las mujeres de México vieron progreso, especialmente en el hecho de que pudieron participar en la guerra, pero, de verdad, los cambios políticos a favor de las mujeres no bastaron ni duraron por mucho tiempo después de la guerra (Ford 228). Además, los hombres continuaron discriminando contra las mujeres durante y después de la guerra. En realidad, había un doble rasero en que las mujeres llevaban expectativas de personalidad y acción muy difíciles ­de alcanzar. Ellas tuvieron un papel principal en la batalla, a la vez que tuvieron un papel importante detrás, en el campamento, aunque nunca se las reconocía por sus papeles activos en la revolución como soldaderas ni ayudantes (Macias 82). Existe el mito de que las mujeres eran débiles, pasivas y dependientes de los hombres, y, es verdad que durante la revolución, los soldados confirmaron este prejuicio con sus expectativas. Sin embargo, en realidad, las mujeres de la revolución eran valientes, fuertes y habilidosas. El doble rasero experimentado por las mujeres de la revolución no era justo de ninguna manera, pero, al fin y al cabo, ellas cumplieron lo que hoy nos parece casi imposible.

Bibliografía

Ford, Eileen Mary. “Women in Postrevolutionary Mexico: Polictics, Culture, Identity, and the Body.” Journal of Women’s History 25.3 (2013): 221-231. Project Muse. Web. 19 Oct.  2013.

Macias, Anna. “Women and the Mexican Revolution, 1910-1920.” The Americas 37.1 (1980): 53-82. JSTOR. Web. 5 Nov. 2013.

Poniatowska, Elena. Hasta no verte Jesús Mío. México: Ediciones Era, 1969. Print.

WordReference. WordReference.com, 1999. Web. 18 Nov. 2013.

 

 

 

Leave a Reply