Viña del Mar y Valparaíso, Chile: La alegría de un recorrido inesperado

Por Mackenzie Stewart

Vivo en un departamento encima de un gran cerro que se sitúa al lado de la parte plana (“el plan”) de Viña del Mar.  Desde aquí tengo una vista panorámica de todo lo que es la ciudad, el mar y las montanas en la distancia.  Desde aquí veo los techos de todos los edificios.  No veo a ninguna persona.  No veo a ningún animal.  No veo nada más que objetos sin caras e historias.

El sol brilla.  Salgo de mi casa para hacer un recorrido por Valparaíso.  En vez de mi itinerario habitual que consiste en el viaje de ida y vuelta a la universidad, salgo sin planes.  Salgo sin destino final.  Salgo sin saber ni que va a ocurrir, ni donde voy a terminar, ni a quien voy a conocer durante mi viaje.

En vez de tomar la micro, elijo andar lentamente bajando el cerro en el cual vivo.  Por consiguiente, no paso el tiempo mirando la espalda de la persona que se sienta al frente mío en la micro.  Sino, veo los árboles que crecen de la tierra y veo sus hojas que han caído al suelo.  Estas hojas bailan cuando sopla el viento; hacen su propio recorrido por el aire, un recorrido que nunca toma la misma dirección ni forma.

Mientras camino por la vereda, miro mis alrededores.  Me fijo en todo lo que ocurre y lo absorbo en mi viaje como parte de mi historia.  Paso al lado de una casa y tengo una conversación con la abuela que está en la entrada barriendo las escaleras.  Es una interacción que no habría tenido si hubiera tomado la micro.  Esta simple palabra, ‘hola,’ cambia mi día.

Continúo bajando y veo a un almacén en la esquina.  El aire huele magnífico y hay un letrero afuera que dice “Empanadas calentitas.”  Por un capricho, entro al almacén para ver lo que tienen.  Cinco minutos más tarde, salgo de la tienda, empanada en mano y una sonrisa en mi cara.  Nunca puedo dejar pasar la oportunidad de disfrutar de una empanada.

Por fin, llego a la parte inferior de la colina.  Subo a la micro y hago el viaje en bus a Valparaíso.  La carretera apenas puede manejar el caos que sobreviene cada minuto del día porque hoy en día hay más autos que nunca podría haber imaginado.  El bus vira bruscamente por el tráfico y por fin llegamos a Valparaíso, una ciudad que es una mezcla de sus raíces portuarias coloniales y el desorden de la actualidad.

Lo primero que me llama la atención es la cantidad de perros vagos caminando por la vereda.  Estos perros no tienen lugar definido en la ciudad, así que tratan de integrarse a la ciudad lo mejor que pueden.  Pero, en realidad, los perros vagos, las heces y la basura rompen el molde de la ciudad ideal.  No eran parte de la planificación de la ciudad, pero hoy en día son gran parte de lo que es la identidad y el carácter de Valparaíso.

Entonces, subo uno de los 47 cerros que rodean la parte plana de Valparaíso.  Mientras subo, el espacio deja de tener la estructura rígida que tiene “el plan”.  Los edificios dan paso a casas desmoronadas y las calles rectas dan paso a una mezcla de adoquines.  Las calles pierden su organización y se hacen determinadas por la tierra en que se ubican.

Mientras sigo caminando por los Cerros Alegre y Concepción, continúo descubriendo los tesoros escondidos.  En casi cada pared de cada edificio hay graffiti, el arte que define la ciudad, los murales que se perderían durante un viaje por la ciudad en auto.  Este arte, que resiste las normas artísticas y se opone al poder del gobierno, cuenta la historia de la gente.  Otorga significado a los movimientos políticos y sociales que han cambiado y siguen afectando el país.  Este arte refleja la historia real del espacio que es Valparaíso y que es Chile.

Después de admirar algunos murales, decido bajar el cerro en el ascensor.  Es muy especial porque no forma parte de mi rutina diaria.  El ascensor me vuelve al “plan” y cuando llego allá, camino hacia el puerto.  Me siento en un banco y empiezo a mirar toda la acción del puerto.  Hay varios barcos moviéndose de un lado al otro y un montón de gente haciendo sus trabajos.  Dejo el banco, compro un refresco y camino a la esquina para tomar la micro.

Durante el viaje de regreso a Viña del Mar, pienso sobre el día que he tenido.  Es un placer hacer un recorrido sin un itinerario específico.  Al andar por la ciudad, exploré las calles pequeñas, encontré las tiendas escondidas y aprecié la belleza de la ciudad vivida.  Es una cosa ver una ciudad en una foto o en un mapa, pero es algo muy diferente poder descubrir la historia real del lugar.

Son los simples placeres que alegran nuestros días.  Son los cambios de itinerario, los acontecimientos inesperados y las interacciones no planeadas que se combinan para dar propósito a nuestras vidas.  El atractivo de Valparaíso no se encuentra en los edificios ni en los monumentos, sino en el viaje.  Una vida monótona sería muy aburrida.  Por lo tanto, es imprescindible desafiar la regularidad para dar significado al espacio y al los lugares físicos que forman parte de nuestro mundo.

La vista de mi departamento

El “Plan” de Valparaíso

Los cerros de Valparaíso

Los murales

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